viernes, 1 de abril de 2011

MÁS ALLA DE LA DUALIDAD (de Maureen Murdock)



Todos somos en parte nuestros antepasados, como todos somos en parte hombre y en parte mujer.
 Virginia Woolf

 El problema que tú tienes es el problema que yo tengo, el problema de pensar que somos tan diferentes; el problema es cómo percibir...
 Anne Waldman: Dualidad (una canción)


 Vivimos en una cultura dualista que valora, crea y mantiene polaridades – una mentalidad estratificada de “o esto o lo otro” que identifica y coloca a las ideas, y a la gente en extremos opuestos de un espectro. Al escribir de “la espiritualidad de la creación”, Matthew Fox explica en Bendición original, que el pecado que subyace en todos los pecados es el dualismo: la separación de sí mismo, la separación de lo divino, la separación entre tú y yo, la separación del bien y del mal, la separación de lo sagrado y la naturaleza. En el pensamiento dualista, tratamos al otro como a un objeto fuera de nosotros mismos, algo que mejorar, que controlar, de lo que desconfiar, que dominar o que poseer. El dualismo genera suspicacia, confusión, error de percepción, desprecio, desconfianza.

El pecado del dualismo desfigura nuestra psique, contaminando nuestras actitudes sobre la mente, el cuerpo, el alma, las mujeres, los hombres, los niños, los animales, la naturaleza, la espiritualidad, así como sobre las estructuras políticas. Dividimos las ideas y las personas para formar jerarquías del bien y mal, de nosotros y ellos, de negro y blanco. Separamos el espíritu de la materia, la mente del cuerpo, la ciencia del arte, el bien del mal, las mujeres de los hombres, los gordos de los flacos, los jóvenes de los viejos, el socialismo del capitalismo y los progresistas de los conservadores. Vemos al otro como al enemigo y racionalizamos nuestra crítica, nuestro juicio y la polarización que engendramos, diciendo arrogantemente que nosotros tenemos razón y que Dios o la Diosa están de nuestra parte.

Este tipo de polarización ha mantenido a una gente pobre, ignorante o enferma mientras permitía a otros ser ricos, desahogados y poderosos. Ha permitido a las nacionalidades afirmar su supremacía sobre personas cuyas creencias religiosas o visión de la realidad desdeñaban. Ha permitido a las feministas culpar a los hombres por el desequilibrio en el planeta sin responsabilizarse de su propio deseo de control y de su propia avaricia. Ha permitido a los hombres zafarse del dolor del autoexamen, requisito fundamental para el cambio, mientras exigen que la mujer asuma toda la carga de su propio trabajo emocional. Ha otorgado a los poderosos el permiso para suprimir y distorsionar el conocimiento, censurar la expresión, esterilizar a los “incapaces” y causar un sufrimiento increíble en todo el planeta. La arrogancia humana no ve que todos somos uno y coexistimos en un continuo de vida.

La polarización nos lleva a ver al otro como una cosa. El filósofo Martin Buber describió las formas conflictivas en que los seres humanos se veían a sí mismos y a los demás en su libro Yo y Tú. Describe dos actitudes: la de Yo/eso y la de Yo/Tú. La actitud de Yo/eso trata al otro como una cosa separada de uno mismo, algo que medir, organizar y controlar; la actitud de Yo/eso no reconoce al otro como sagrado. La actitud de Yo/Tú se dirige al otro como un igual y unido a uno mismo.
Buber dice que el Tú no puede ser controlado o hallado si se busca; nos encontramos con el Tú por medio de la gracia, en el misterio. El Tú es una experiencia de lo sagrado. Si me dirijo a ti como “Tú” en vez de “eso”, ya seas humano, animal, roca o mar, y si honro a mi propia divinidad, entonces honraré lo sagrado que hay en ti y te permitiré vivir tu vida en la confianza, sin coerción ni control por mi parte.

El maestro budista vietnamita Tic Nhat Hanh enseña que no puede haber dualidad, no puede haber un ser separado. Todos estamos interconectados, inter-somos (no sólo interactuamos). Para inter-ser con algo o ser “uno” con algo, tenemos que comprenderlo, tenemos que entrar en ello. No podemos quedarnos fuera y observarlo.



“No podemos estar solos. Tenemos que inter-ser con todo. Esta hoja de papel es, porque todo lo demás es. Si miras bien esta hoja de papel, verás claramente que hay una nube flotando en ella. Sin una nube, no puede haber lluvia, no pueden crecer los árboles; y sin los árboles, no podemos hacer papel. La nube es esencial para que exista el papel. Así, podemos decir que la nube y el papel inter-son. La forma está vacía de un ser separado, pero está llena de todo el cosmos."

Sigue explicando que la dualidad es una ilusión. “Hay derecha y hay izquierda; si tomas partido, estas intentando eliminar la mitad de la realidad, lo cual es imposible. Es una ilusión creer que se puede tener la derecha sin la izquierda, el bien sin el mal, mujeres sin hombres, rosas sin basura…”. Sanar la brecha entre lo femenino y lo masculino La brecha entre las mujeres y los hombres puede tener sus raíces en los derechos de propiedad y en la procreación. Pero esta brecha ha sido ampliada y reforzada por la mayoría de los sistemas religiosos y políticos. El Génesis 3:16, que afirma que los hombres deben gobernar sobre las mujeres, no era un mandato divino sino propaganda patriarcal. La religión occidental ha animado a la humanidad a culpar al género femenino por los males del mundo y a excluir a las mujeres de la igualdad en asuntos espirituales, políticos y económicos. El pecado original, basado en la caída de Adán y Eva en el Paraíso Terrenal, ha jugado un papel importante desde los tiempos de San Agustín en el siglo IV porque, como dice Matthew Fox, "le hace el juego a los constructores de imperios, a los amos de esclavos y a la sociedad patriarcal en general. Divida y por ello conquista, enfrentando los pensamientos con los sentimientos, el cuerpo contra el espíritu, la vocación política contra las propias necesidades personales, a la gente contra la tierra, los animales y la naturaleza en general". Durante la investigación para su libro, Adán, Eva y la Serpiente, Elaine Pagels se sorprendió de ver "hasta qué punto las tradiciones religiosas están incrustadas en la estructura de nuestra vida política, en nuestras instituciones y en nuestra actitud acerca de la naturaleza humana" y hasta qué punto afectan a nuestras decisiones morales. Si la tradición religiosa imperante afirma la única soberanía de Dios y del emperador, representante de Dios en la tierra, entonces será imposible que cada persona pueda tomar una decisión moral sobre cómo vivir su vida. Estas decisiones le vendrán ya dadas. Comprobamos la existencia de esta desconfianza en la polémica política actual sobre la capacidad de decisión de las mujeres sobre el hecho de tener hijos. Si la actitud predominante sobre la naturaleza humana es la del pecado y la depravación, no existe la confianza. Tampoco hay mucha posibilidad de permitir un cambio de actitud sobre los propios enemigos. Muchos políticos manifestaban hasta hace muy poco esta mentalidad. En respuesta a las críticas sobre la demora de los Estados Unidos en negociar el final de la carrera armamentística, recurrían a la mentalidad de la guerra fría, según la cual los rusos nos engañaban para que redujéramos nuestras defensas y así poder vencer nuestro poderío militar. Según esta mentalidad, la confianza en el otro se considera ignorancia, ingenuidad o un signo de debilidad. El mensaje de Cristo de que todos los seres humanos -hombres, mujeres y niños- estaban hechos a la imagen y semejanza de Dios era muy radical para la cultura en la que vivía. En el Imperio Romano, tres cuartas partes de la gente eran esclavos o descendientes de esclavos, y predicaba que esa gente, no sólo el emperador, eran uno con Dios. Esta unión de lo divino y lo humano tuvo ramificaciones políticas de largo alcance y fue el motivo de la muerte de Cristo. En las relaciones patriarcales, ya sean políticas, religiosas o personales, sólo puede haber una persona arriba; así que siempre hay un controlador y un controlado. Para que la persona dominante pueda conservar el poder, él o ella tiene que mantener a su compañero en una posición de inferioridad. Esto crea un marco mental en el que una persona espera controlar y la otra espera ser controlada. Existe un modelo para este tipo de arreglo: cuando implica tres días o más, parece más bien una pirámide. En la mayoría de las situaciones laborales hay un jefe que domina la perspectiva y la forma de pensar de la empresa y contrata a asalariados competentes, que a su vez, aprenden rápidamente a anticipar los deseos del jefe. La mayoría de las familias emplean asimismo la estructura piramidal: un adulto domina y su pareja y los niños aprenden a acomodarse a las necesidades, órdenes y cambios de humor del adulto dominante. A veces, naturalmente, la persona dominante es un niño que tiraniza a sus padres. El ejército, la Iglesia católica, la mayoría de las empresas, escuelas y sindicatos, son un ejemplo de jerarquías piramidales.

El administrador de una escuela de Los Angeles dijo recientemente de su claustro de profesores, que sería más fácil trasladar un cementerio, que lograr que sus profesores colaboraran con él. Mary Ann Ceyka escribe sobre el pecado del sexismo, que ha creado estas pirámides jerárquicas en nuestra cultura, y encuentra las raíces de estas estructuras y actitudes resultantes, no en el cristianismo ni en el judaísmo, sino en el Imperio Romano. Aboga por una conversión de la jerarquía a la comunidad. Marc Ellis, de la Escuela de Teología de Maryknoll, sostiene que la vocación central de los católicos hoy, tanto como iglesia como en calidad de individuos, es llamar a la conversión del imperio en comunidad. Salirse del imperio es disociarse de la pirámide. La estructura de la comunidad es circular. En un círculo, el movimiento se da con facilidad y no a costa de otros. El círculo en general es la forma básica de una rueda, y como tal es la estructura social apropiada para un "pueblo peregrino", un pueblo que viaja unido. Las personas dentro de un círculo comparten una misma perspectiva; pueden mirarse unos a otros a los ojos. El círculo facilita la responsabilidad. Una perspectiva circular El círculo incluye, no excluye. El símbolo de lo femenino es el círculo, ejemplificado en el útero, el vaso o el grial. Las mujeres tienden a agruparse, les gusta relacionarse, ayudarse, sentirse conectadas. Siempre han hecho cosas juntas, como coser, hacer ganchillo, hacer conservas y vigilar a los niños en el parque. Se piden consejo y apoyo unas a otras y se alegran de sus mutuos éxitos. "Las mujeres siempre se han encontrado en círculos, mirándose unas a otras como colegas, sin poseer ninguna autoridad o poder "sobre" las demás." En El Cáliz y la Espada, Riane Eisler se basa en informes de excavaciones arqueológicas recientes de Marija Gimbutas, para mostrar que sociedades enteras solían basarse en el modelo del círculo o cáliz, en lugar del de la pirámide o espada. Estas sociedades ejemplificaba el modelo asociativo de poder con en vez del modelo dominador de poder sobre. Las sociedades neolíticas de la antigua Europa, entre 7000 y 3500 a. de C., eran civilizaciones con complejas instituciones religiosas y gubernamentales, que usaban cobre y oro para ornamentos y utensilios, poseían una escritura rudimentaria y tenían igualdad de sexos. Eran menos autoritarios y más pacíficos que las sociedades jerárquicas. Las excavaciones de Catal Huyuk y de Hacilar en Turquía no mostraron ningún signo, durante un período de más de mil quinientos años, de daños por motivo de guerras ni de dominación masculina: "la evidencia señala a una sociedad generalmente no estratificada y básicamente igualitaria sin distinciones marcadas en base a clase social o sexo." Al mirar la colocación de los contenidos de enterramientos en casi todos los cementerios de la Vieja Europa, Marija Gimbutas llegó a la conclusión de que existía en tiempos neolíticos una sociedad igualitaria de hombres y mujeres. Escribe: "En el cementerio de cincuenta y tres tumbas de Vinca, no existe apenas diferencia entre hombres y mujeres en cuanto a la riqueza del equipo mortuorio... En cuanto al papel de las mujeres en la sociedad, la evidencia de Vinca sugiere una sociedad igualitaria y claramente no patriarcal. Lo mismo puede decirse de la sociedad de Varna: no puedo ver allí ninguna gradación según una escala de valores patriarcal masculino-femenina". Había indicios de que éstas eran sociedades matrilineales, en las que la descendencia y la herencia se transmitían a través de la mujer, y éstas jugaban papeles protagonistas en todos los aspectos de la vida. "En los modelos de viviendas-santuario y templos, y en restos de templos reales, se muestra a las mujeres preparando y supervisando la preparación y realización de rituales dedicados a los diversos aspectos y funciones de la Diosa. Se empleaba una gran cantidad de energía en la producción de objetos de culto y ofrendas votivas... Las creaciones más sofisticadas de la Antigua Europa, las más exquisitas vasijas, esculturas, etcétera, existentes en la actualidad, fueron obras de la mujer". Las esculturas halladas en cuevas paleolíticas y en la superficie de las llanuras de Anatolia, así como otras excavaciones neolíticas de Oriente Medio, muestran que el culto a la Diosa era el eje de toda la vida. Estas esculturas indican que las imágenes mitológicas de los ritos religiosos de la época, y también las figuras y símbolos femeninos ocupaban un lugar principal en los yacimientos. El arte neolítico muestra una notable ausencia de armas, héroes, batallas, esclavitud o fortificaciones militares. No eran éstas sociedades dominadoras. No habían sido aún afectadas por las invasiones posteriores de las tribus Kurgas, que adoraban a los dioses sangrientos. La Diosa era el eje de toda vida... (...)"

Fragmento de “Ser mujer: un viaje heroico”
De Maureen Murdock

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